Historia del Arte

Henri Rousseau, Pintor Naïf.

Este apunte está tomado del libro de Robert Hughes: El impacto de lo nuevo. El Arte en el siglo XX.

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Puede decirse que los surrealistas se dirigieron a tres tipos de expresión que habían existido durante mucho tiempo, pero no habían sido tomadas en serio: el arte de los niños, el arte de los locos y el arte <>. Las tres fuentes prometían imágenes que, como procedían de niveles de baja instrucción, tampoco estaban sometidas a la censura, pero la más fructífera resultó se el arte <>, las obras de hombres y mujeres autodidactas, los pintores domingueros y los naïfs cuya compulsión de bosquejar sus experiencias tan directamente como fuera posible les parecía a los surrealistas más valiosa que cualquier suma de pintura profesional o académica.

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Actualmente son muy pocas las personas que intentan dibujar lo que han visto o lo que les ha pasado. Pero aunque hace un siglo el pintor naïf era una rareza en Francia, no estaba extinguido en absoluto. La muerte de las tradiciones populares no había destruido esa especie, porque el naïf era un personaje urbano, convencido de su importancia como artista individual, y no estaba nada interesado en las técnicas del campesino o del pescador.

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Entre los naïfs el único gran pintor fue Henri Rousseau (1844-1910). Conocidocomo el Aduanero debido a sus quince años de sefvicio como funcionario civil de menor cuantía, Rousseau ambicionaba exponer en los salones, en compañía de Manet y de Gèrôme, de Bouguereau y de Puvis de Chavannes. Si hubiera sido capaz de pintar <> desechando sus características primitivas, seguramente lo habría conseguido; afortunadamente, pudo exponer sus cuadros anualmente, a partir de 1866, en el Salón de los Independientes, junto con los artistas modernistas profesionales que el salón oficial había excluido.No se dejó impresionar por aquellos pintores, a juzgar por el comentario que le hizo a Picasso para explicarle que ellos eran los dos pintores contemporáneos más grandes: . La primera característica que un ojo moderno encuentra fascinante en la obra de Rousseau, su intensa estilización (ver El Sueño), no era en absoluto lo que el pintor deseaba.

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Él quería que sus visiones fueran absolutamente reales, cada figura, rostro, hoja, flor y árbol, medidos y concretos, enumerados hoja por hoja, vena por vena, pelo por pelo. Esta vocación de paciente formalidad se combinaba de extrañas maneras con su gusto por lo exótico. Rousseau solía justificar la de sus escenas selváticas con una sarta de mentirijillas acerca de cómo él había visto todas aquellas cosas cuando servía en el ejército francés en México; era importante que esos espectáculos de maravillosa fantasía parecieran presenciados, no inventados. De hecho, habían sido presenciados dos veces: primero por el ojo temible de la imaginación de Rousseau, y luego en el Jardín Botánico, donde el viejo pasaba horas entre las palmeras y las aráceas tomando apuntes para sus obras, escuchando todo el tiempo los rugidos y los graznidos de los animales enjaulados en el zoológico que está al lado.

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La claridad de visión de Rousseau aumentó aún más el tono compulsivo y como sonado de sus telas: ahí está la imagen, súbitamente, sin ambigüedades, tomada (como él había insistido) .

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